viernes, 28 de noviembre de 2014

EL AMOR TERMINARÁ POR MATARNOS A TODOS, por Warren Ellis

EL AMOR TERMINARÁ POR MATARNOS A TODOS, por Warren Ellis
(2003. El artículo original fue publicado en Die Puny Humans, uno de los blogs -ya difunto- de Warren Ellis. Traducción e imagen por Frog2000.)

Os recuerdo a todas.

Nicola Jane en un Hyde Park veraniego completamente vestida de blanco, con su larga melena de color rubio y ojos de pálido azul, la luz reflejándose en cada pulgada, riéndose de mí porque yo vestía de negro de arriba a abajo. No pegábamos mucho juntos, aunque lo estábamos. Te esperé en el exterior de la entrada de artistas, en la oscuridad. Creo que fue entonces cuando empecé a vivir la noche de verdad. Tú te volviste más brillante y yo más oscuro.

El mundo se volvió más oscuro.

Las guitarras restallaban en el club como alarmas de incendios mientras Tara B y yo nos aferrábamos el uno al otro cerca de la puerta trasera, la noche no era más importante que nosotros. En la negrura, mi mano reposaba sobre su muslo de bailarina envuelto por el nylon. Sus ojos se posaron sobre mí mientras ella cantaba en el pub para currantes. Se inclinó sobre la mesa de su camerino mientras seguían aplaudiéndola desde el bar. Repaso con mis dedos las cicatrices de su muñeca a las cinco de la mañana. 

Alice, la taxista, jadeaba mientras le lamía su tatuaje, era la primera vez que alguien lo hacía. La colección de ratas miraba desde sus pequeñas celdas en la jaula mientras ella se arqueaba y temblaba contra mis labios. 

Cada vez es más oscuro. El tiempo pasa en un millón de pequeñas bocanadas.

Os recuerdo a todas. De verdad que lo hago. Recuerdo la risita suciamente infecciosa de Ann-Marie cuando me puse de rodillas ante ella y le dije que era su turno para que la chupase. Recuerdo la estruendosa risa salvaje de Jenny cuando me postré en la parada de taxis y le pedí que se casara conmigo, los enloquecidos aplausos del bar lleno de gente a nuestra espalda. 

La misma parada de taxis en donde conocí a Alice. El amor te convierte en un estúpido. El amor terminará por matarnos a todos. 

Encontraron a Alice en la parte trasera de su taxi no mucho después. Tenía un amigo en la policía que me dijo que la mirada de su cara era de completa sorpresa. 

Después de un tiempo me parecía como si nunca jamás hubiese visto el sol.

Tara B flotando en el canal como una Ofelia desechada, los envoltorios de hamburguesas y los condones usados ondulando a su alrededor. Nicola Jane, tirada como un trapo al lado de la puerta de artistas, las manos cruzadas sobre su corazón carmesí, como si estuviese intentando detener su ruptura.

Me dirigí hacia el oeste perseguido por la noche permanente. Porcelain Larissa en habitaciones de hoteles de Nueva York. El sexo con ella fue psicodélico. La condujo hasta lugares que nadie había visto antes. Se convulsionaba como una paciente a la que le dan electroshocks mientras yo sostenía su garganta con una mano y la azotaba con la otra. Me decía "gracias" después de cada apocalíptica sesión de orgasmos mientras me miraba con total devoción. Los hoteles se quejaron de los gritos.

Creo que tal vez se sintieran aliviados cuando todo el barullo se detuvo y yo me quedé sentado allí solo de nuevo, con la oscuridad volviéndose mucho peor.

Escapé de todo esto. Durante un tiempo el sol tocó mi piel en San Francisco. Y por la noche llegó Augusta con su corsé de cuero y capa negra victoriana, asumiendo el control sobre mí, tentándome con que las cosas podrían seguir así para siempre.

Pero no lo hicieron. La única cosa que he aprendido durante todo este tiempo es que nada es para siempre. Todo el mundo termina marchándose.

Larissa me dejó en un parque del ghetto. Si te fijabas de cerca, parecía que llevaba una gargantilla de color rojo y que sus manos estaban atadas con lazos escarlata.

La gente me llamaba vanidoso porque lo primero que compraba siempre para mis nuevas casas era un espejo. Pero sólo era para poder ver otra cara cuando la noche se volvía demasiado oscura como para que alguien más permaneciese despierto.

Y ahora estoy aquí descansando, en un país cuyo nombre ni siquiera conozco, y cae la noche, amadas mías. La noche está cayendo y esta vez no voy a poder escapar.

Os recuerdo a todas. Y estoy tumbado aquí mientras espero a la muerte. Puedo ver cómo llega, sentir la forma que tiene. Todas mis fuerzas me abandonan como si fuesen hojas en octubre. Sólo tengo las suficientes como para aferraros las manos.

Pero ninguna de vosotras estáis ya a mi lado.

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