martes, 4 de septiembre de 2012

GOUDOU GOUDOU (2 de 10), por ANN NOCENTI

Goudou Goudou, 2 de 10. Posteado por Ann Nocenti el 22-11-2010 en Hilobrow. Aquí el post original. Traducido por Félix Frog2000. 

-Goudou Goudou 1

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Lo olemos antes de encontrárnoslo, la mitad del cuerpo colgando de una alambrada de púas, como si se hubiese quedado atascado y hubiese muerto mientras esperaba un rescate que nunca terminó de llegar. Ayer no estaba, pero su muerte se ha producido hace muchos días, por lo que... ¿quién lo ha puesto donde está ahora? Inflado, casi a punto de estallar, como si alguien hubiese soplado demasiado aire en un muñequito hinchable. Las patas rígidas como las de una mesa. Es un pitbull atigrado, una raza poco común entre los perros callejeros genéricos que pueden verse por Haití. Nos miramos confusos hasta que alguien sugiere que ha sido plantado justo delante de nuestra tienda de campaña para asustarnos.

Nuestra tienda de campaña al estilo militar de M.A.S.H. se encuentra sobre un campo bananero esparcido que pertenece a un grupo de campesinos. Unos currantes pasan de largo vestidos con camisas amarillas, supongo que para realizar alguna buena acción. Cuando perdimos nuestra escuela de cine con el terremoto, nos dejaron meter en una habitación los ordenadores y las cámaras que mis alumnos habían salvado de una lluvia de escombros, ofreciendo también una tienda para dormir, y otra tienda militar enorme para utilizar como aula para las clases.

Cada día mis alumnos cuentan algunas historias, las desarrollamos, averiguamos a quién vamos a entrevistar, y luego salimos corriendo en moto-taxis, filmando al estilo de la guerrilla. Luego volvemos a la tienda para digitalizar las escenas y nos ponemos a revisar escenas de películas clásicas con la intención de mantener vivo el juju. La tienda está embarrada y caliente. Los pollos, los cerdos y los niños entran y salen libremente. En el aire se respira una tonalidad como de situación de emergencia, como si las historias que quiero contar muriesen si no se las hace una rápida intervención. Nos encontramos al lado del aeropuerto, envueltos por una nube de polvo sin fin, bajo el rugido de los aviones militares canadienses, norteamericanos, de los oriundos de Sri Lanka y Venezuela, de los helicópteros de la ONU, de los aviones privados de los dignatarios y celebridades que vienen de visita.

Somos un grupo nervioso, especialmente cuando estamos bajo cemento (por la oleada de rumores sobre otro terremoto inminente y por culpa también de los numerosos temblores secundarios que convierten el suelo debajo de nuestros pies en un mar embravecido.) Las tiendas parecen estar relativamente seguras. A veces, un mango maduro golpea nuestra carpa y la mitad de mis estudiantes se marchan corriendo para, a continuación, volver riendo nerviosamente, compartiendo el jugoso mango que han capturado como botín.

El perro muerto se convierte en un gran evento y genera ondas de paranoia. La culpa es mía: las dos películas que he proyectado esta semana son “El Padrino” de Coppola y “Amores Perros” de González Iñárritu. Mis estudiantes se quedan asombrados con la escena de la-cabeza-del-caballo-en-la-cama que aparece en El Padrino. Los peces muertos envueltos en papel de periódico, las cabezas cortadas de caballo en la cama, todo ello supone un nuevo y extraño voodoo, “mensajes-con-bomba-fétida” al estilo mafioso. Y ahora tenemos nuestra propia misiva hinchada y canina. Incluso el título “Amores Perros" [Love-Dogs] es capaz de crisparnos los nervios. ¿Ha puesto alguien el perro como señal de que quizá nos hemos propasado tras la acogida inicial?

La tienda está sucia y resulta demasiado espeluznante quedarse en ella, así que salimos a filmar. Les digo a Enette y Bellegarde que vayamos a rodar a los de “Payasos Sin Fronteras”, van a actuar en una escuela para chicas de grado medio.

Nos quedamos rondando por el patio de la escuela, una de las pocas que no ha sido reducida hasta los escombros, mientras esperamos a los payasos. Un puñado de tíos pre-púberes están pasando el rato en la entrada. Uno lleva un lazo rosa largo anudado alrededor de su cuello que desaparece por debajo de su camisa y luego asoma por su entrepierna, colgando todo a lo largo, suelto como una lengua desplegada o una polla perezosa. Parece estar masturbándose cerca de los columpios y su cosa salta y se agita. Se oyen risitas de las chicas, pero todo parece muy inocente. Me pregunto si soy yo la única persona que ve su actividad como un comportamiento lascivo.

Las niñas comienzan a fluir desde las aulas. Salen en oleadas, como pollitos, vestidas con uniformes azules y cintas azuladas en su pelo. Chirrían, el sonido del edificio es como si estuviese repleto de un enjambre de langostas. En el aire se nota como un zumbido de agitación, una sensación que se produce justo antes de que un torrente de lluvia divida el cielo en dos. El tsunami azul sigue llegando, fluyendo como una piscina, inundando el patio. En este momento estamos instalando el trípode y conectando el cable a la jirafa. Bellegarde comienza a filmar el metraje "de anticipación", mientras que Enette busca un lugar donde asegurarse de que su micrófono pueda capturar cualquier sonido que puedan producir los payasos. En las necesidades que afectan a todas estas niñas se nota algo siniestra, el aire está copado de oscura maldad. Las chicas han pasado por todo tipo de infiernos y anhelan un momento de alegría de una forma demasiado intensa.

Una niña pequeña me pregunta, ¿qué es un payaso? Le contesto que son una cosa medio divertida, medio atemorizante, como las máscaras de Kanaval.

Aquí llegan los payasos. Cruzan con encanto a través de la caliente mezcla en un todo-terreno negro de cristales tintados, saltan al exterior en un estallido de color tocando bocinas en forma de claxon, las caras contorsionándose en una mueca payasa que parece demandar "¡Reíos de una vez, maldita sea!" Oleadas de niñas vestidas de azul zumban a su alrededor, los profesores, desesperados, tratan de detenerlas, y nosotros somos zarandeados por la primera línea de niñas pequeñas. Nos encontramos indefensos. No es que precisamente las podamos hacer retroceder de un empujón, además, cada una de ellas es inocente, tan sólo una masa anhelante convertida en una fuerza de destrucción. Bellegarde no es capaz de sostener quieta la cámara y yo intento ayudarla para que se estabilice. Enette está intentando pasar velozmente a través de las oleadas tirando del cable de la jirafa. Una sonrisa pícara aparece en su pequeño rostro, una que yo interpreto como mitad divertida y mitad aterrorizada.

Los payasos saltan y gritan y giran sus paraguas y se dan batacazos, bromas tambaleantes que para ellos forman parte de sus rutinas. Son ardientes, su maquillaje, sus sucios disfraces, lo intentan duramente, pero hay algo furioso en su desesperación por obtener risas del público. Las carcajadas de las niñas se están convirtiendo en algo incontrolado e incontrolable, su asombro, su alegría chillona... es demasiado. Los payasos se fijan en que algunas de las niñas son derribadas por las prisas del resto por verles. Saltan dentro de su coche y se alejan en un suspiro, las chicas se marchan gritando confusamente. Me pregunto si lo que sienten es alegría o sencillamente frustración de algún tipo alimentada a la fuerza por una diversión que han tenido que tragarse demasiado rápido para su gusto.

Perseguimos a los payasos hasta Pinchinat para su próximo bolo, para luego frenar en seco los moto-taxis con los que íbamos disparados por las atestadas calles. En el campamento la gente parece estar más preparada para los payasos, tal vez porque el caos suele reinar día y noche en este lugar. Un puñado de hombres son capaces de formar un gran círculo de niños en derredor. Les dicen que se den la mano unos a otros y que nunca rompan la cadena para intentar mantener a raya a la multitud. Más tarde, un centenar de topetazos y caídas, cambios de ropa, desfiles, caminatas sobre zancos y sonidos de bocina nos producen anchas sonrisas, nos levantan el ánimo y nos hacen quedarnos suspendidos en algún lugar por encima de la miseria. La amenaza de la tormenta que se avecinaba desde que descubrimos el perro muerto, aderazada por el follón que montaron las niñas antes, se ha desvanecido.

Más tarde, cuando le entrego las cintas a la responsable de la ONG de “espacios de amigos de la infancia”, que nos han contratado para que filmemos a los payasos, le susurro que en parte del metraje se pueden ver escenas de alborotos, por si quisiera editarlo.

Al regresar a la tienda que hace las labores de escuela veo que han enterrado al perro, pero extrañamente lo han hecho cerca de nosotros, y no demasiado profundamente, por lo que persiste el hedor. Corren algunos rumores: nos hemos sobrepasado en nuestra estancia, es un apestoso mensaje que nos envían para que devolvamos algo. Pero nada es cierto, puede que tan sólo sea un perro muerto. En Haiti es de lo más normal: torbellinos de rumores nos empiezan a golpear como malos vientos para alejarse a continuación, a nadie parece importarle que se esclarezca la verdad, porque de alguna forma, las sospechas y sus secuelas suelen resolver algunas cosas. Aunque rara vez sepamos lo que está ocurriendo realmente.

En otras palabras, solemos interpretar lo que nos interesa interpretar.  

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