martes, 27 de noviembre de 2012

SMURFIN´ USA

El reputado Kim Thompson escribe un artículo sobre Los Pitufos. En nuestro país “Smurf” (en inglés) equivale a Pitufo (en castellano). El título de la reseña juega con el nombre inglés de los personajes y la canción de Beach Boys "Surfin´ USA". El artículo apareció en The Comics Journal nº 75. Traduccíon de Frog2000.

Al testimoniar la salida de dos tomos de los Pitufos, el fatigado observador de cultura pop debería suspirar algo en plan: “Oh, no, ¡más Pitufos no!” Pero estos dos álbumes, “El Rey Pitufo” y “El Cosmonauta”, no son meros “spin-offs” más de una moda que se está extendiendo por toda la nación. En realidad son artículos con peso propio, la fuente a partir de la que ha florecido el fenómeno completo.

En efecto, los dos álbumes muestran una inconfundible integridad tanto en su concepción como en su ejecución. A pesar de la versión de dibujos animados de los sábados por la mañana realizada por Hanna-Barbera, obviamente estos personajes están diseñados con una sensibilidad artística única y bien enfocada. Esa sensibilidad responde a la habilidad de Pierre Culliford, un historietista belga que firma su trabajo como “Peyo”. La influencia de Peyo en los círculos del cómic europeo es enorme. Junto con el magnífico Andre Franquin, virtualmente han definido el terreno de la historieta para niños desde los cincuenta, mientras que en la actualidad el medio rebosa de autores que se inspiran en Peyo, muchos de ellos artistas que empezaron su carrera como sus asistentes.

Random House ha elegido para probar (a ver cómo funcionan) dos historias de los Pitufos de cuarenta páginas, empaquetadas de una forma muy parecida a como suelen editarse en Europa: un producto de apariencia bonita y a todo color, con un precio excelente (2,95 $). “El Rey Pitufo” es una historia de principios de los sesenta, el primer álbum con una historia larga dibujado por Peyo después de haber ejercitado sus músculos en un par de historias cortas. Por otra parte, “El Cosmonauta” fue publicado por primera vez a principios de los setenta. A pesar de que me ha encantado releer ambos tomos (mi familiaridad con los personajes se remonta hasta hace década y media), prefiero “El Rey Pitufo” sin dudarlo.

Para explicar por qué, debería detenerme un momento y bosquejar cuál es el concepto central de la serie. La sociedad pitufa está formada por un pequeño pueblo situado en el exterior de un bosque durante la Edad Media Europea. Bajo el benevolente mandato de su barbado patriarca, el Papá Pitufo, los 99 pequeños gnomos de color azul restantes trabajan y juguetean y afrontan los desafíos del último plan lanzado por el malvado hechicero Gargamel, que podría consistir en diferenciar los dialectos de las partes norte y sur de la aldea.

Fundamental para la naturaleza de la serie, y clave para entender cuál es su atractivo, es la relación paternal entre Papá Pitufo y los otros 99 pequeños pitufitos. (Por cierto, se trata simplemente de una cuestión de autoridad y responsabilidad, ya que la reproducción sexual de los Pitufos es un tema que nunca se ha tratado en la serie, aunque sí que han existido algunos casos limítrofes. En la segunda historia larga de Peyo, “La Pitufina”, se trataba de forma sorprendente el cambio que se produce durante la pubertad en los varones adolescentes, con leves referencias a la misoginia y la fascinación por las mujeres.) La autoridad de Papá Pitufo es definitiva e incuestionable, y su sabio y prudente liderazgo le ofrece a la serie una base sólida y confortable que la convierte en una colección popular entre los niños y entre los que desean rememorar brevemente las alegrías que experimentaron durante su infancia. Una de las razones de que “El Rey Pitufo” sea mi álbum favorito es porque creo que fortalece esta premisa básica a base de invertirla durante toda la historia. Con la restitución del orden al final del tomo se genera un sorprendentemente poderoso sentimiento de alivio.
“El Rey Pitufo” podría describirse como una “Rebelión en la Granja” (George Orwell, 1945) contado para los niños y con final feliz. Papá Pitufo tiene que marcharse del pueblo para realizar un encargo. En cuanto se ha ido, los Pitufos empiezan a discutir quién debería gobernar el pueblo mientras su líder está ausente. Por lo general, la pueril anarquía de los pitufos evita que las cosas lleguen demasiado lejos, pero sin embargo, en esta ocasión, y a través de la combinación de la suerte y la astucia, uno de los pitufos descubre cuáles son los procesos de la política, llegando a valerse de los mismos para adquirir una posición de poder. Después de convencer a sus colegas pitufos de que tienen que elegirlo como líder, consigue consolidar su poder y empieza a abusar de él. Para empezar, hace erigir monumentos con su efigie, convierte hábilmente una manifestación en su contra en una elogiosa mediante el proceso de contratar a los manifestantes como su propia guardia personal, proporcionándoles armas, arroja a prisión al inofensivo pitufo bromista por culpa de una de sus bromas sin importancia... El antagonismo sigue aumentando, por lo que empieza a fermentarse un movimiento clandestino, y en el momento en el que regresa Papá Pitufo el pueblo se encuentra inmerso en una guerra civil a gran escala.

Como “El Rey Pitufo” está narrado como si fuese una fábula para niños, no dispone de las específicas referencias que Orwell entretejió en su “Rebelión en la Granja”, pero Peyo (y su ingenioso guionista ayudante, Yvan Delporte) son capaces de adaptar hábilmente la historia del ascenso político hasta un nivel en el que un niño podría entenderla sin que la narración pierda estructura dramática por el camino. En un primer vistazo la historia podría incluso resultar un poco absurda, sobre todo porque la mayor parte de nuestras necesidades y deseos humanos (con la notable excepción articulada por Freud sobre el sexo) no cambian demasiado a medida que crecemos sino que van refinándose. Como resultado, cuando el Rey Pitufo explota la credulidad y la codicia de sus compañeros para ser elegido, o explota el amor propio de otros para construir un ejército, o cocina un primitivo patriotismo con la ayuda de medallas y discursos, los paralelismos con el mundo “real”, con el mundo adulto, se convierten en algo que casi resulta opresivo.

“El Rey Pitufo” funciona como un modelo a escala perfecto sobre el poder y la política que podría resultar pavoroso si no fuese por su tranquilizador final, la mágica disolución de la guerra fratricida que se ha ido generando, gracias al regreso de la figura paterna. A pesar de que el álbum sea una especie de historia genérica sobre el ascenso al poder, Delporte y Peyo no se resisten, especialmente durante la la segunda parte, a lanzar referencias más o menos obvias sobre la Historia de Francia, especialmente sobre la Revolución de 1789. “El Rey Pitufo”, vestido con un traje dorado, evoca visiones del famoso Luis XIV, “el Rey Sol”, y cuando el pitufo bromista es encerrado en prisión, dudo que no haya un solo niño francés que no recuerde la Bastilla de forma instantánea, un icono histórico que en la cultura francesa tiene tanta importancia como el Motín del Té en la cultura norteamericana. Estos ejemplos de humor al estilo de Astérix probablemente no sean tan asequibles para el niño americano promedio (o para el americano promedio, pausa...), pero al igual que Astérix, los pitufos disponen de las capas suficientes como para mantener maravillados a los lectores de otras culturas.

Lo más divertido de “El Rey Pitufo” es su elaborada trama y el humor dulce que se entrelaza en la historia, compuesto de gags y juegos de palabras (y no es menos divertido su lenguaje, marca de la serie, consistente en reemplazar una de cada diez palabras por la palabra “pitufo”). Además hemos de resaltar los encantadores y amigables dibujos que conducen al lector hasta el suelo de las arboledas, como si se hubiesen reducido mágicamente hasta tener el tamaño de un gorrión. Pero creo que el auténtico secreto de los pitufos reside en que es un mundo en el que siempre te puedes refugiar, un reino diminuto de dulzura y calidez, una mágica Tierra De Nunca Jamás en donde la felicidad se extiende desde aquí hasta la eternidad, donde los momentos difíciles son rápidamente superados.
En “El Cosmonauta” también aparece esa misma dulzura como premisa. Uno de los pitufos está obsesionado con la idea de viajar hasta otro planeta para explorarlo. Cuando lo intenta con su cohete casero y este no funciona se queda completamente decepcionado, pero el resto de pitufos conspiran para hacerle creer que ha alcanzado el planeta haciéndolo dormir plácidamente con un narcótico, colocándolo en el cohete, y luego arrastrándolo hasta un cráter de tierra yerma y disfrazándose de alienígenas. Desafortunadamente, el Cosmopitufo se queda tan prendado del lugar que decide quedarse allí para siempre, con la consiguiente angustia de sus camaradas, que no quieren pasarse el resto de sus vidas viviendo en esa montaña simulando ser los “Tufos”. Después de varios intentos fallidos, finalmente logran disuadirlo para que “regrese al Planeta Tierra”, repitiendo toda la charada de la nave espacial, pero al revés. La historia no tiene mucho más que esta premisa, y tiene menos lectura que “El Rey Pitufo”, porque Peyo redujo el número de filas de viñeta por página de cinco a cuatro. Pero no es una mala historia corta (y hay algo conmovedor en todos los problemas por los que pasan los Pitufos para hacer feliz a su compañero obsesionado). Además, el dibujo de Peyo tiene la apariencia sencilla y suelta de un autor que ha llegado a su plena madurez creativa. Aún así, hay otras historias de los pitufos mejores para imprimir.

Aunque en anteriores reseñas he podido ser cruel con los traductores, no podría dejar de comentar la labor de los artífices de la palabra que han traducido estos tomos: Anthea Bell y Derek Hockridge. Bell y Hockridge son bien conocidos por sus traducciones superlativas de Astérix. En su trabajo se combinan la fluidez y la gracia con una esmerada fidelidad al original, una obra de arte por sí mismo. Como de costumbre, han realizado un espléndido trabajo. A veces puede que algún anglicismo le parezca algo extraño al lector americano (“Hullo!” como exclamación de sorpresa, etc), pero la naturaleza de cuento de hadas de los Pitufos consigue que el acento británico parezca algo natural. También me gustaría comentar que el editor americano ha cambiado escrupulosamente el británico “travelled” por el más americano “traveled”, así que me doy cuenta de que Random House no ha tomado atajo alguno mediante la edición británica del tebeo.

Dicho esto, será mejor que ignores las figuritas de los personajes, los dibujos animados televisivos y las colchas y que te pilles un álbum de los Pitufos. Se convertirá en un clásico genuino e instantáneo para los niños de cualquier hogar. Creo que la colección se merece la mejor de las suertes.

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