jueves, 13 de septiembre de 2012

GOUDOU GOUDOU (4 de 10), por ANN NOCENTI

Goudou Goudou, 4 de 10. Posteado por Ann Nocenti el 06-12-2010 en Hilobrow. Aquí el post original. Traducido por Félix Frog2000.


Yayi arrastra su pequeña silla por el patio, hace una pausa para sentarse aquí, luego se sienta un poco más allá, con su pequeña cabeza como un coco velludo, con los brazos ondeando como si estuviese haciendo un gran esfuerzo para sostener sus viejas y endurecidas manos. Balancea las piernas y espera hasta estar segura de que su pie está bien plantado antes de hacer oscilar el otro. Su cuerpo se pierde en una bata floreada hinchada. Tiene 88 años. Es hermosa. Parece demasiado triste.

La “Grand-mère” Yayi agita su brazos y vocea “goudou goudou goudou goudou goudou”, una canción que cantan los haitianos cuando recrean dónde estaban cuando ocurrió lo del terremoto. Su voz es un fuerte murmullo, como el sonido torrencial de piedras cayendo. Los chicos han empezado a hacer danzas “goudou goudou”, repitiendo el mantra del terremoto, trepidando y vibrando tan eficazmente que cuando te das cuenta, puedes sentir cómo el suelo empieza a retumbar.

Roudeline quiere contar la historia de esta gran “moun”.

Después de algunas semanas de haber recorrido rápidamente Haití en moto-taxis o apilados en la parte trasera de un “pick-up” cargado con mis estudiantes de cine y nuestro equipo, he anotado algunas de las ideas propuestas por mis estudiantes para hacer documentales, aunque la mayor parte no se puedan rodar. Después del terremoto, con la repentina transformación que ha sufrido nuestra escuela de cine convertida en una sala de redacción, nuestras prioridades se han alejado bastante de la educación. Impulsados por el ritmo frenético de la filmación, por nuestra urgencia por conseguir historias, parecía bastante natural elegir a los cámaras más experimentados, y éstos se podían encontrar entre mis chicos, porque sencillamente... bueno, así es como funciona el machismo... ellos estaban deseosos de empuñar esas codiciadas cámaras.

Y ahora, rebotando en la parte trasera de una camioneta, una masa erizada de pértigas y micrófonos, cámaras y tantos estudiantes que corren peligro de que alguno se salga por la borda en el próximo bache, decido que debemos montar un equipo formado completamente por chicas.

¿Qué tipo de historias les apetece contar a las chicas?

A Silver, nuestro profesor de técnica, un orgulloso y lacónico haitiano con persistentes ojos que parecen, o tal vez me equivoque, verlo todo, le encanta la idea de quedarse al mando de la tripulación de chicas. Conozco a Silver desde que era un ambicioso muchacho que tejía y vendía hamacas. Los haitianos tienen un dicho criollo que habla acerca de los cangrejos en la olla, sobre cómo están subiéndose de continuo a las espaldas del resto para intentar llegar más alto, para intentar alcanzar ninguna parte. No es fácil ascender en Haití, pero Silver lo ha conseguido.

Silver y yo escogemos a Roudeline, Djuny, Marie Lucie, Roselaure, Enette, todas las estudiantes femeninas demasiado tímidas como para coger una cámara, un equipo de filmación formado únicamente por chicas, con la intención de que tengan una oportunidad de rodar, de entrevistar a gente y obtener la confianza necesaria como para contar sus propias historias.

Lo que nos lleva a la encantadora y triste Yayi. Roudeline, una chica dulce con una actitud delicada y una delgada cintura de insecto quiere contar historias sobre ancianos. Es una operadora de cámara constante, con un ojo sensible para los detalles, y como cineasta parece muy prometedora. Propone la historia y rápidamente forma un equipo, pero algo parece marchar mal con el rodaje. Roudeline le pregunta a Yayi sobre su vida, sobre su historia personal y sus sentimientos. Las respuestas de Yayi siempre son las mismas: no se acuerda nunca de haber sido feliz. No tiene recuerdos felices. No puede ofrecer más que tristeza, quejas sobre su diarrea, estados de pánico, confusión, miseria. Arrastra la silla de un lugar a otro. ¿Por qué? Tal vez para tener otro punto de vista del patio, atravesado por un lavadero bajo el que su hija prepara un fuego, corta plátanos, destripa pescados, tira los restos a los gatitos, cocina. ¿O es que para Yayi la tierra sigue temblando y no puede encontrar un lugar que no le parezca que retumbe?

Yayi está débil. Marcha a la deriva. Se puede ver en la forma en que arrastra su silla por el pequeño patio, se sienta en todas partes y en ninguna, se puede comprobar porque nunca sonríe, por la forma en que flota hacia ninguna parte. Se encuentra abandonando este mundo. Sobrevivió a Papa Doc y a Baby Doc Duvalier, y también a un terremoto. ¿Es hora de marcharse?

“Tres” triste. La historia es demasiado triste. Bougon se ocupa de la cámara, Junior del sonido. Se puede ver la desgana en sus caras. Junior es un serio estudiante con una sonrisa siempre a punto al que llamo “Maestro de la Energía”. Hace un año, cuando era un estudiante novato que estaba trabajando en un corto de ficción, le di el trabajo de “Encargado de Atrezzo”, de modo que ese era su nombre. Estaba al cargo de un pollete, un poco de cuerda, un bastón y una cesta de plástico rosa que podía transformar el plano vientre de una actriz en algo mucho más prometedor. Era un orgulloso encargado del atrezzo. Luego, hace unas semanas, empecé a llamarle “Encargado de la Grúa” por su destreza en el manejo de la misma. Pero la semana pasada le pusimos a custodiar los generadores y se convirtió en el “Encargado de la Energía”. Estos nombres cambiantes que yo le voy otorgando nos hacen reír cada vez que nos vemos. Y Bougon... Si Bougon no existiese de ninguna manera podría imaginármelo. Zapatillas de deporte, corbatas chillonas, tirantes, chalecos, no hay nadie más elegante que Bougon. Su cara es una mezcla indescifrable de introspección, alegría explosiva y sabiduría infantil. Nos miramos el uno al otro. ¿Cómo podemos salvar esta historia?

Le sugiero algunas preguntas a Roudeline. Que le pregunte a Yayi sobre la primera vez que se enamoró. Yayi agita su cabeza. Su boda no fue muy buena. Pregunta sobre su infancia, ¿en qué juegos solía participar? Yayi hace una pausa y luego dice que su infancia no fue demasiado buena. No tiene buenos recuerdos de su infancia. Preguntamos sobre su vida bajo el brutal régimen de los Duvaliers. Hace una pausa. “La comida era más barata,” nos dice. “Ahora todo es demasiado caro.”

Yayi se levanta, arrastra su silla hasta otra parte. A lo mejor es de nosotros de quien está intentando escapar.

Dejo a Roudeline a su aire. Por ahora nos estamos riendo un poco, aunque no es que sea muy divertido. Yayi es entrañable, incluso con el manto de dolor que la recubre. Ella es lo que es, como una raíz, o un percebe, o una piedra. Ha vivido mucho tiempo y no tiene necesidad de hablar. Pero, ¿cómo se puede captar eso? Comento: trabajemos con contrastes. La chica filma a los gatitos mientras juegan, el ajetreo bajo la lavandería. De esa forma, por lo menos su retrato tendrá algunas estampas divertidas.

Pero no es suficiente. Necesitamos otro ángulo de Yayi. Caminamos por la calle y le preguntamos a la gente sobre ella. Les preguntamos a los hombres más mayores. Resulta que unos cuántos de sesenta años, veinte años menos que ella, la recuerdan de cuando era una niña, y cómo les solía dar todo lo que tenía. Uno de los viejos nos comenta: “Me dio algunas cosas. Yo nunca le devolví nada.” ¿Será esa la clave de su tristeza? Supongo. Otro comenta: “Somos como sus hijos. Nos dio medicinas antes de que lo hiciese nadie de nuestras familias..” Se sienta cerca de ella y le acaricia la cabeza. Puede que a ella no le quede amor por sí misma, pero a él sí que se le puede ver el amor por ella en sus ojos. ¿Es suficiente como para redimir esta triste historia?

Roudeline se dirige de nuevo a la tienda de campaña que utilizamos como aula de clase para revisar su material de archivo. En la tienda he proyectado algunas películas clásicas. Les he estado enseñando teoría del montaje según Sergei Eisenstein: ¿cómo se pueden escribir frases a través de las imágenes? Un plano de un hombre y luego el de un pájaro en vuelo es una sentencia diferente a un plano de un hombre y después uno con lluvia. Uno de ellos es fantástico y el otro un capricho. Mis estudiantes están recopilando fotografías, ahora tienen que mezclarlas con cuidado. Estoy emocionada por ver lo que Roudeline está a punto de crear.

Unos días más tarde Roudeline me enseña su película sobre la “Grand Mère”. Ha empezado a salir y filmar más ancianas para convertir su historia en algo épico. Señora tras señora, toda una procesión de ancianas. Intento enseñarle técnicas Aikido: haz sugerencias, pero sobre todo quítate de su camino. La semana pasada le dije a un alumno que la cámara elevándose hacia el cielo era una buena forma de mostrar espiritualidad, y que no tiene por qué poner literalmente el rostro de Jesús en el cielo... pero a él le apasiona su propio juicio, por lo que en el cielo aparece el mismísimo Jesús. Le sugiero, sin exigirle nada, que con una sola señora de edad ya tendríamos algo lo suficientemente poderoso.

Estamos en la fecha límite que nos ha ofertado la televisión canadiense. Roudeline decide que su pasión por hacer una película sobre ancianos exige una pieza aún más grande, pero que por ahora daremos forma a la de la “Grand Mère” como retrato individual. La película terminada es tan perfecta como podría serlo cualquier película realizada en poco tiempo. Es una película tan tierna como Roudeline. El film parte en autobús hacia Port-au-Prince, y luego viaja por DHL hasta Canadá.

En cuanto la película se pone en marcha, Roudeline empieza a desvanecerse. Me pregunto por qué no ha acudido a clase. Nadie lo sabe. Unos pocos estudiantes mencionan que su marido es demasiado protector, alguien chapado a la antigua. Me sorprende mucho: parece demasiado joven como para casarse. He investigado un poco sobre ella. Encuentro una residencia un poco al norte y una organización que podría patrocinarnos una película sobre personas mayores, pensando que cuando vuelva podríamos ponernos a trabajar en una película más larga.

Entonces un día aparece de repente. Le pregunto dónde ha estado. Se frota el vientre. Oh, has estado enferma, le respondo. El agua de Haití es bastante mala, y a menudo los estudiantes se pierden clases porque están enfermos del estómago. No. Está embarazada. Me dice que tiene que abandonar la escuela. La felicito por su bebé, la susurro “bonjour” en la tripa, pero pienso: ¿Y su pasión por hacer una película sobre ancianos? ¿qué ha sido de ella?

Esa noche no puedo dormir. Me siento en el exterior, al lado de la montaña de escombros, me pongo a escuchar el aullido de los perros. Suelo quedarme en la habitación de un hotel que está medio derruido, aunque probablemente no esté tan mal, pero un ingeniero que duerme en el patio me dice que el edificio no es muy seguro. Cubro todas mis apuestas durmiendo cerca de la puerta. La chica que está en la habitación de abajo cree que estoy loca: si se produjese otro terremoto la habitación me caería encima. Le digo que puedo salir rápidamente por la puerta, ¿cómo lo va a hacer ella? Me enseña el cocotero que se puede ver desde su ventana, una ruta de escape muy fácil para salir del edificio.

Las noches pertenecen a los perros. Su crescendo de gemidos parece operístico, me imagino historias que tratan sobre complejos dramas perrunos. Cuando la luna se convierte en media luna en Haití, no parece estar echada de lado, su aspecto es el de una enorme sonrisa en el cielo.

Un día Roudeline es una prometedora cineasta, al día siguiente es una prometedora mamá. Lo que ocurre en Haití es lo que ocurre en Haití. Hay lugares en el mundo en los que se paga por empujar a otras personas, pero no aquí donde estoy ahora.
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Puedes ver la película sobre la “Grand Mère” de Roudeline aquí

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