jueves, 13 de agosto de 2009

SUEHIRO MARUO: TERROR POST-NUCLEAR EN FAMILIA



SUEHIRO MARUO: TERROR POST-NUCLEAR EN FAMILIA
(Artículo que realizamos a cuatro manos José Luis Torrelavega y yo para la revista Mofo, nº 2(2007). Gracias a José Luis Torrelavega por todo.)

La violencia, lo extraño y lo desagradable tienen un palco privilegiado en la obra del japonés Suehiro Maruo: sus viñetas, que parecen aradas más que dibujadas, son capaces de exprimir el sadismo humano hasta llevarlo a extremos en los que la palabra desasosiego se queda corta. Pese a que Maruo está lejos de ser un desconocido en nuestro país, al enfrentarnos con su obra vuelven a brotar las contradicciones más habituales que nuestra conservadora cultura occidental judeo-cristiana asume al encararse con determinados artistas procedentes de Japón, sociedad en la que el manga (cómic, tebeo) tiene un papel tan importante para la diversión y la cultura social como el cine y la literatura.



Lejos de algunos gestos pacatos muy habituales entre nosotros, pero incurriendo en otro tipo de contradicciones que tienen mucho que ver con la seducción que saben que provocan sus productos de consumo, en Japón la cultura pop produce fenómenos que exceden cualquier cliché. La violencia se disfruta en los tebeos a sabiendas de que lo imaginario no daña, un tipo de permisividad que invierte algunas de las posiciones más habituales del lector ante el producto: en ello radica parte de la fascinación que provoca el manga entre el consumidor occidental, tanto como para que entre nosotros se olvide el encajonamiento en géneros o edades de cada obra y se genere una militancia vehemente en su consumo, interpretación y análisis. Pese a ello, y partiendo de la importante base de que en el mercado japonés la posición del lector no tiene nada que ver con la nuestra, los autores de manga Ero-Guro (mezcla de grotesco y erótico), Gekiga (manga que trata temas adultos) y otros temas perversos son tan minoritarios en su país como los dibujantes y guionistas del mercado americano que cultivan géneros parecidos. El autodidacta Suehiro Maruo es un caso prototípico, pues utiliza el sexo (apuntemos, además que la representación de los genitales ha sido considerada ofensiva y punible en su país) como instrumento incómodo, desnaturalizándolo o acercándolo a ciertas maneras degradadas con el fin de recuperar algún eco de la carga revulsiva que pueda alejarlo de la pura estandarización como objeto y cebo de atracción comercial, la única aceptación, que bajo superficies levemente eróticas, permite una sociedad puritana.
Por eso los inicios de su carrera se localizan en diversos magazines underground y revistas eróticas, publicaciones dirigidas a un público distinto del fan prototípico que actualmente le admira, y que le sumieron en un oscuro anonimato.



Maruo, sin embargo, no cultiva tanto su “personaje” como el desconcierto, dando significado a la manida expresión “agitar conciencias”, tanto que el regusto restante tras leer cualquiera de sus historias mezcla el asombro con la intriga por conocer qué es lo que realmente hay detrás de todas esa cantidad de porquería (sin disimulos) con la que nos hemos visto desbordados. El mensaje, aunque oculto, violado, existe. ¿Maruo como moralista? Podría ser. Su forma de hacérnoslo llegar es desagradable pero no menos feroz que la de cualquier campaña comercial. El retrato crítico de una sociedad que se auto-devora, de la familia (cualquiera de ellas, y más en tiempos de metamorfosis varias) como núcleo disfuncional, de las relaciones humanas como irremisibles condenas… todo ello prende en cada historia; todo supura pus, como llagas de una enfermedad de la piel social. Como confiesa a Breixo Harguindey (en el número 43 de la desaparecida revista Trama) “Me interesa la relación familiar porque me parece más dramática que la relación sentimental, la amistad, la igualdad o la paz. Esos temas no me interesan dado que no encuentro ningún elemento erótico en ellos.” Los insectos, los ojos acariciados por lenguas, el sexo malsano y las discapacidades son recurrentes habitantes del Universo del autor, en un punto medio entre lo surreal, lo onírico y lo brutalmente realista, reflejo somático de un interior podrido. “Me gustaría que los lectores viesen mis obras como lo que realmente son: la visión artística de un mal sueño”, declara. El primer efecto es de choque, pero en sus historias las piezas se unen de forma natural, casi espontánea. No se trata de epatar como un objetivo en sí mismo, sino de vomitar lo que nos consume para hacernos mejores personas, aliento humano que, por paradójico que parezca, es parte de lo que a veces transmite, no sin cierto moralismo, un creador que, contradiciendo análisis superficiales y en coherencia con la exigente formalización de su trabajo y su esforzada ética plástica, se aleja por completo del nihilismo. Y su misión no es meramente la del que se empecina en minar los fundamentos morales de su entorno, pues lejos del localismo cultural o social, su visión se afirma inquietantemente universal y lúcidamente vigente.



Suehiro Maruo nació el 28 de enero de 1956 en Nagasaki, Japón, en una familia pobre de solemnidad, y como parte de una generación marcada directamente por las bombas atómicas, eso le lleva a tocar el tema directa o tangencialmente en varias de sus historietas. En su adolescencia, e incapaz de encarrilarse tras su fracaso escolar (dedicaba las pocas clases a las que asistía a dibujar compulsivamente), bordea la delincuencia, tanto como para pasar un par de semanas en la cárcel por robar discos de Pink Floyd y Santana (sic). Finalmente encaminada su vocación, intenta asentarse en el staff de Shonen Jump, una de las revistas de manga para todos los públicos más exitosas de su país, pero la progresiva insania y extremada violencia sexual de su trabajo hacen que fracase tras negarse a efectuar concesión alguna. Tras años de aprendizaje y perfeccionamiento, finalmente consigue publicar sus trabajos en revistas sadomasoquistas o de pornografía, caso de Hunter, Piranha o Dokkiri-G. La influyente Garo, revista a contra-corriente que lleva publicándose desde 1964 resulta ser, finalmente, su mejor plataforma hacia una modesta popularidad: si bien la tirada es minoritaria supone que 30.000 personas lean su trabajo mensualmente. El resto fue tesón, trabajo y muchas páginas hasta conseguir llegar a su posición actual como autor de culto que publica ediciones de lujo en tirada limitada. Excelente ilustrador, entre su trabajo más conocido se encuentra la contraportada del primer disco de Naked City, el grupo de jazz noise de John Zorn, habiendo trabajado así mismo para diversas agencias publicitarias (eliminando su habitual carga perversa, eso sí). Entre sus influencias se aprecia el estilo de los xilógrafos del S. XIX que confeccionaban los carteles de atrocidades (Muzen-E), la obra del genial autor Kazuichi Hanawa, la de Luis Buñuel (según confesión propia) y variadas películas de la época dorada de Hollywood. Aunque en sus cómics se recojan todo tipo de aberraciones (lo que le lleva frecuentemente a ser descrito como el Sade del cómic), el bello dibujo de Maruo es el contrapunto a sus historias. Por suerte, el aficionado español puede acercarse a una parte significativa de su obra.



El no iniciado hará bien en acudir presto a “La sonrisa del vampiro” (Glenat ed.), en la que se procede a un reciclaje de folklore vampírico modernizando clichés sobreutilizados hasta que generen un nuevo miedo: una creación que bate varias marcas de brutalidad y locura y que parece ocurrir lejos de la ficción, cerca de nuestra propia realidad. La secuela de esta obra saca a los escolares protagonistas de su entorno natural, la escuela, la familia, y los lleva de gira por la decadencia de la clase alta. Menos interesante que la primera, eso sí. Señalemos igualmente “Lunatic Lovers” (Glenat ed.), que sólo por “Ciudad sin Resistencia”, la historia de un enano que seduce a una chica en el Japón ocupado, ya merece la pena. En “Midori, la Niña de las camelias” (Glenat ed.) hallamos una absorbente obra de madurez del autor, con tintes pedófilos y en la que a diferencia de algunos relatos cortos anteriores el surrealismo aparece para representar exactamente lo que se desea, no por inseguridad, efectismo o inexperiencia. “DDT (Minimashi Obichi In The Dark)” (Otakuland ed.) es una variada selección de historias mejor o peor dibujadas y con temática escabrosa en su totalidad: violación, incesto, violencia terrible. Destacar en ella la impresionante “Mi Juventud”. “New National Kid” (Otakuland ed.) es un trabajo primerizo en el que se aprecia un enorme talento en bruto, especialmente en “Hormigas eléctricas”, un homenaje al David Cronenberg de la fantástica “Videodrome”, o “El planeta de los japos”, distopía basada en la novela “El hombre en el castillo” de Phillip K. Dick. Dos de los más importantes iconos de la cultura popular moderna triturados en el perverso filtro del japonés. Señalamos “Gichi Gichi Kid”, Maruo más amable con temática de instituto adolescente, una de las más populares del manga. Lo último publicado en nuestro país es “Dr. Inugami” (Glenat ed.), publicado en la revista japonesa Young Champion entre 1991 y 1994 con el título de “Inugami Hakase”. El protagonista al que alude el título es un retorcido ser que podría ser una velada alusión a la figura de Aleister Crowley. Como complemento, y a la espera del inédito y alabado “Ultra Gash Inferno”, el interesado en su obra pictórica puede acudir a su web oficial, http://www.maruojigoku.com”.



Y si no comulgas con el buen hacer del autor, prueba con otros maestros del terror japonés de tebeo como el maestro Hideshi Hino (“El Hombre Cadáver”, “El Niño Gusano”, “La Serpiente Roja”, “Panorama Infernal”, obras todas editadas en La Cúpula), Junji Ito (“Uzumaki”, en Planeta deAgostini) o el infravalorado Minetaro Mochizuki (“La Mujer de la Habitación Oscura” y su devastadora “Dragon Head”).


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